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¿A quién votó la Deuda?

La vi pasar. Iba de tasas altas, vestida de un verde apagado con manchas medio color sangre. Tenía el documento en la mano, orgullosa porque cuando llegó al país tenía uno marrón, de extranjera, pero hace tiempo ya se había nacionalizado – “internalizado” dijeron algunos – dándose incluso el gusto de cambiar de apellido, “Pública” ya no tenía gracia, quedaba muy ordinario. Y ahora que vive mitad del tiempo en el país, mitad afuera, siempre una conmoción al volver para época de elecciones.

Con el dólar batiendo récords de subida, no le importa mucho el precio de la leche ni del pan, que al final engorda mucho, ni tampoco el alza del gas o del agua ya que total se queda siempre con amigos. Amigos que la cuidan, que la quieren tanto que nunca se molestan en preguntar de dónde vino o cómo llegó, qué quiere o hasta cuándo se queda. “¡Todo el tiempo que querés! – le susurran fascinados – ¡100 años no es nada!”.

Tiempo para visitar las estancias que va adquiriendo, los pozos que ayuda a perforar, las minas de oro que regaló a los amigotes canadienses. Y tiempo de sobra para votar. Lástima ver la escuela tan descascarada en el viejo barrio donde todavía mantiene su residencia, y con el frío que hacía, sin calefacción. ¡Imagínense! Y tan poca alegría en las caras de la gente haciendo fila, caras de angustia, de hambre, de incertidumbre, hasta de hartazgo. Caras además que la miran a ella medio azoradas, preguntándose qué hace ahí, ya que habían oído que se había marchado del país.

Saluda a todos y a todas, como que a cada uno le conociera, mientras comenta compungida las últimas noticias. “Imagínense – burbujea – acusan al Estado de desaparecer gente y otros forajidos andan por ahí como si nada, reclamando por Deuda Histórica, por Deuda Ecológica, Deuda Social, Deuda Democrática. Deben ser parientes, pero ¿quiénes se van a preocupar por ellas? Hay que mirar pa’ delante…”

“Deuda Soberana” le dice al llegar su turno, dejando caer a la joven presidenta de mesa, uno tras otro los dígitos de su documento. “Siempre un gusto votar aquí – sigue en tono amable – el país nos necesita y hay que honrar las obligaciones.” Y entró directamente al cuarto medio oscuro. Se veía que no tenía tiza en la mano, solo papeles. Pero adentro estuvo largo rato, como si se hubiera puesto a revisar cada una de las boletas, intentando recordar si alguien había dicho algo de ella en la campaña o decidir a cuál cara más amiga esta vez iba a votar.

Al final, llena su sobrecito con gran tranquilidad, la satisfacción del deber cumplido y de sentirse en paz, gane quien gane. Sale para depositarlo en la urna y luego se encamina rápidamente hacía el asado que la espera. Los encuestadores de boca de urna quieren saber a quién había votado pero ella, muda; “tengo tantos amigos“ se limita a responder. Y ya no estaba cuando desde la mesa se dan cuenta y empiezan a gritar “¡Los papeles de la Deuda! ¡Quedaron los papeles de la Deuda!”.

“Tendrán interés? -pregunta uno en la mesa- o se podrán tirar?” “Quién sabe si volverá” reflexiona otra. “La Deuda siempre vuelve – sentencia una señora grande, ahí no más desde la fila – desde hace años hace lo mismo. Viene a votar, deja sus papeles y después, la próxima elección, pregunta por ellos. Dice que en realidad los papeles no le importan, que solo tiene interés en saber dónde se quedaron, quiénes los tienen. ‘Total los papeles no votan, ¿verdad?’ lanza siempre jocosamente. ‘La Deuda sí’.”

Para las PASO, ronda ya los 10.000 dólares, la Deuda de cada votante, mil y pico más que hace dos años. ¿Y para octubre?

-Beverly Keene
FUENTE: DIALOGO 2000


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