Desde el retorno de la democracia, hubo un promedio de 12 días de paro docente por año a nivel nacional. Al tomar el promedio anual, las provincias con más paros docentes desde 1983 hasta 2018 son Neuquén y Santa Cruz (16 días por año cada una) mientras que en Chubut, Jujuy, Río Negro y Tucumán el número asciende a 15 días. Entre las provincias con el promedio más bajo se encuentra Formosa y La Pampa (6 días cada una). En Ciudad de Buenos Aires, Misiones y San Luis, el número es 7 días de paros docentes por año.
Los datos surgen del informe “¿Cuántos días de paro docente hay en Argentina en el nivel primario?” del Observatorio Argentinos por la Educación, con autoría de David Jaume, economista e investigador del Banco de México. El informe se basa en un documento de trabajo del Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS) de la Universidad Nacional de La Plata, donde se recogen las cifras sobre días de paro docente en el nivel primario en cada jurisdicción entre 1983 y 2014. Este nuevo trabajo actualizó el análisis hasta 2018.
A partir del promedio nacional entre 2013 y 2018, un estudiante que ingresó a primer grado en 2013 y cursó la primaria en el tiempo esperado, al finalizar sexto grado en 2018 estuvo expuesto a 73 días de paro docente a lo largo de su trayectoria escolar. Esa cifra equivale a más de 3 meses de clase (al tomar un criterio de 20 días por mes) o al 40% de un ciclo lectivo de 180 días.
“El informe da cuenta de la importancia numérica de las huelgas docentes y a la vez de lo errático de este fenómeno ya que afecta de modo desigual a las jurisdicciones y presentan una dinámica geográfica y temporal difícil de asociar a alguna situación específica. La huelga está asociada a dos fenómenos que deben ser estudiados: uno, ladificultad política de gobernar el sistema y generar condiciones estables para el funcionamiento de las instituciones escolares, y dos, el impacto de este fenómeno en la calidad de los marcos de socialización y aprendizaje de los alumnos”, explica Guillermina Tiramonti, investigadora del área de Educación de FLACSO.
El informe del Observatorio solo se refiere a paros docentes, que no necesariamente coinciden con días de clase perdidos. Por un lado, que haya paro no implica necesariamente que todos los estudiantes pierdan los respectivos días de clase. Por el otro, existen otras causas por las cuales se pierden días de clase: problemas edilicios, fallas en los servicios (agua, gas, electricidad), ausentismo de estudiantes, ausentismo de docentes o factores climáticos, por mencionar algunos.
David Jaume advierte sobre los posibles efectos de perder días de clase: “La evidencia indica que países con más horas de clases no necesariamente obtienen los mejores resultados en pruebas internacionales. Esto se debe, en parte, a que los países difieren en muchísimos más factores que en sus horas de clase. Pero sí existe evidencia clara de que incrementos en las horas y días de clases dentro de un mismo país generan mejoras en los resultados educativos”. A su vez, agrega: “No es lo mismo para un niño asistir al colegio y tener horas de clase que no hacerlo. La formación de capital humano que tiene lugar dentro de los establecimientos educativos pone de manifiesto el rol fundamental de los maestros para mejorar el futuro de sus alumnos. Pero para ello, alumnos y docentes deben reunirse en el aula”.
Aunque la Ley N° 25.864 de 2003 fijó un piso de 180 días de clases para el ciclo lectivo en todo el país, ese objetivo volvió a quedar incumplido en 2018. El año pasado, a nivel nacional, el promedio fue de 13 paros docentes en primaria. Las tres jurisdicciones con mayor cantidad de días de paro fueron Chubut (78 días), Neuquén (53) y Buenos Aires (25). Las provincias con menor cantidad de días de paro fueron Catamarca, Corrientes, La Pampa, Mendoza, Salta, San Juan, San Luis y Tucumán, en todos los casos con 3 días.
Por su parte, Manuel Becerra, profesor en secundaria y formación docente, sostiene: “Los docentes no hacemos paro porque nos neguemos a trabajar o a la innovación. Hacemos paro, como recurso de última instancia, para atraer la atención de la ciudadanía y para defender nuestro trabajo. Aquí hay una paradoja: la huelga –más ampliamente: la conflictividad con nuestros empleadores– nos distrae de nuestro trabajo, pero si no hacemos huelga nuestro trabajo entra en peligro. ¿Quién tiene la responsabilidad real de generar buenas condiciones de trabajo, y de educabilidad para nuestros alumnos? Esa, y no otra, es la pregunta a responder entre todos”. (Eduprensa)