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Que se escuchen las 30 mil voces que el genocidio quiso callar

Me explota el pecho de emoción cada vez que pisamos fuerte la gran plaza que alguna vez fue de mis padres. Por eso este 24 de marzo tenemos que ser más los que levantemos las banderas contra la impunidad de ayer y la de hoy.

(Por Manuela Carricondo)*   “Papa y mamá volverán cargados de juguetes” me decía la abuela ante mis inquietudes e incertidumbres de niña acerca de por qué no estaban. El relato acorde a mi edad era el ideal: papás trabajando en una juguetería en el sur. Lejos, muy lejos, tan lejos! Esperaba junto a mis hermanas ése momento, con tanta ansiedad, alegría y angustia contenida! No se hablaba mucho, no se hablaba nada. Estaba prohibido sufrir y volver a sufrir. El silencio, el temor, la culpa de la palabra primaba. Y a veces la sensación de abandono.

Cartas y cartas de amiguitas de la escuela donde me preguntaban por ellos, eran quemadas a escondidas de mi abuela. No se tenía que hablar, no se debía sufrir más. Ante el silencio, extendido en años y la bulliciosa adolescencia que me incitaba a saber más, a saber algo, surgieron grandes aventuras desenfrenadas de búsqueda. Infructuosas todas.

El relato de la juguetería fue cambiando al ritmo de mi anatomía. Cuando ya no esperaba más juguetes, supe que a ellos, a mis viejos, unos “señores malos, que no estaban de acuerdo con sus ideales, se los llevaron”. Dándole contenido así al término “desaparecidos”.

Que se escuchen las 30 mil voces que el genocidio quiso callar

Llegaba a la universidad y crecían más los miedos. El silencio me envolvía más que nunca, no se debía hablar. Los centros de estudiantes los veía de lejos. El apellido “prohibido” era “peligroso”, según la abuela. La negación de la identidad era la que primaba ahora. Las letras y la docencia fueron las primeras herramientas que me dieron la palabra. Claro que una vez que ella ya no estaba. Se fue sin volver a hablar, se fue sin volver a ver a su hijo y a su nuera. Y yo, yo empezaba a nacer.

Nací por primera vez en un aula con mis alumnos, de la mano de la literatura, a través de textos sobre dictadura que me ayudaban a hablar de mí, de nuestra historia. La angustia y el dolor no se iban del todo. Nunca. Y nunca se irán. Nunca se irán, si me quitaron lo esencial de la vida. Un abrazo suyo, al mínimo llanto mío, las tediosas fotos de los padres el primer día de jardín, de primaria o de secundaria. Los peinados (¿lindos? ¿Feos?) de mamá o de papá. La contención de ella en mis cambios hormonales, los retos de él en mis rebeldías adolescentes, o quizás hubiera sido a la inversa. La complicidad en mis travesuras, su compañía en mis tristezas. Mis hijas también sufren su ausencia, les quitaron los apretujones de sus abuelos y el amor desmedido que seguramente les hubieran dado.

Siempre los busqué, siempre. Tan jóvenes como en sus últimas fotos, tan bellos como me contaron que eran. Un día me di cuenta que nunca llegarían con la bolsa de juguetes desde tan lejos, que ésos señores malos nunca me los devolverían, que los “desaparecidos” lo seguirían siendo. Lo siguen siendo. Que los abrazos a mis hijas nunca serían posibles más que en sueños. Ahí me propuse buscarlos de otra forma. Conocerlos, no sólo por sus fotos o anécdotas familiares, sino a través de sus ideales, de lo que soñaban. Y comencé a militar. La militancia me salvó, lo dije siempre. Me hizo ver que no estaban tan lejos, sino dentro mío. En cada lucha los tengo cerca, en cada lucha vuelvo a nacer. Los veo en cada camarada que me acompaña, en cada trabajador que reclama, en cada joven que denuncia, en cada mujer que grita por sus derechos. Ya no siento sus ausencias si levanto sus banderas, las del socialismo, cuando lucho con mis compañeros como ellos lucharon con los suyos por un mundo libre, sin oprimidos ni explotados. Me lleno de orgullo y de esperanza en cada camino recorrido junto a mis camaradas.

Que se escuchen las 30 mil voces que el genocidio quiso callar

Me explota el pecho de emoción cada vez que pisamos fuerte la gran plaza que alguna vez fue de ellos. Por eso este 24 de marzo tenemos que ser más los que levantemos esas banderas, contra la impunidad de ayer y la de hoy, contra el gobierno negacionista de Macri y sus ajustes, contra la represión. Y contra quienes proclamándose opositores avalan sus proyectos, quienes sostuvieron a Milani y el proyecto X bajo un relato falso, contra todos los que atacan nuestros derechos. Este 24 de marzo junto al PTS y al Encuentro Memoria Verdad y Justicia marchemos y que tiemble la plaza! Que se escuchen las 30 mil voces que intentó callar el genocidio! Pidamos cárcel común, perpetua y efectiva para Milani y todos los genocidas! Que no den más domiciliarias y que abran los archivos de la dictadura!

¡No olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos!

 

*Hija de desaparecidos / integrante del CeProDH

laizquierdadiario.com


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