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Un vuelo y un salto con la mujer de los aires berissenses

16 de octubre de 2015, sólo faltaba un día para que se cumpla los setentas años de la histórica gesta de los trabajadores sindicados en la carne se condujeran hacia la Plaza de Mayo a pedir por la liberación del entonces Ministro de Trabajo, Juan Domingo Perón.

Pero la fecha no es menor a lo que contaré, ese viernes se dio la segunda y última Sesión Especial del Concejo Deliberante de Berisso. Con el decreto de Ordenanza número 3350/13 se reconoce como Ciudadana Destacada a Irma Soledad Pintos, la “Niña Aviadora” y ahí comencé el vuelo de la historia de la ciudad, que es de carne y hueso como su nacimiento.

“A Irma la conocí hace muchos años, justo en una época que pocos se animaban”, comenta el doctor Horacio Urbañski, escritor y presidente de la Federación de Entidades de Bien Público de Berisso.

“Berisso tiene una historia por el cabo Pablo Teodoro Fels, que cruzó el Río de la Plata desde Buenos Aires a Montevideo el 1 de diciembre de 1912, y aterrizó en lo que hoy es el Parque Cívico. La calle principal de Berisso se llamaba “Puerto” (las calles del centro histórico tienen nombre de ciudades portuarias del mundo) quien les puso los administradores de los saladeros San Luís y San Juan, pasó a llamarse Montevideo y la calle 26, se llama Teodoro Fels”, agregó el poeta que con tanta pasión cuenta los por menores de la Capital del Inmigrante.

Pero, ¿qué hizo que una mujer en 1946, adolecente por ese entonces decidiera surcar los aires de la región? La respuesta e llevó a encontrarme con la mujer que llenó los diarios nacionales de titulares. En su casa me recibe con un living espacioso, con sillones, muebles repletos de fotos familiares y cuadros con más fotos en blanco y negro de ella en su juventud, vestida con su piloto, gorro de cuero y antiparras. Sobre el piano reposa dos aviones a escala, que alguna vez usó haciendo acrobacia por los techos berissenses.

“Hace unos días descubrí algo, porque en mi familia no hay nadie que volara. Era un pájaro de lo más raro yo. No sé bien por qué me gustó, quizás porque seguía a Carola Lorenzini”, me relata Irma Pintos en su casa respecto a la primera mujer argentina aviadora civil.

Pero esa magia que Urbañski comentó proviene de un día, cuando tenía doce años Irma, con una amiga de la familia Guruciaga, estaban andando en la verada de su casa, por la calle Ostende y Guayaquil, en bicicleta. “Antes no podíamos ni hablar de pedir permiso a mi padre para ir a El Dique”, donde se ubicaba antiguamente el Aero Club explicó.

“Leía de todo, pero no había visto nunca un avión de cerca y cuando llegamos, yo vi a los aviones y me enloquecí. Empecé a tocarlos y acariciarlos”, relata la mujer de aquel momento.

“Un señor se acerca y me dice ‘¿nena te gusta los aviones?’. Y le digo que sí me apasionan. ‘¿No te gustaría dar una vueltita?’, fijate que inconsciencia en ese momento, porque no podía llevar menores sin la autorización de los padres, pero como estaba lleno de gente entre los otros pilotos, estaba el instructor de vuelo, me animé. Le dije que haríamos una vueltita bajito y despacio, después entendí que eso era un peligro. Y dimos la vuelta”.

“Cuando volví a mi casa, yo venía gritando a mi mamá. ‘¡mamá, mamá, volé, volé!’, mi madre no entendía nada. Le expliqué que había pasado, luego cuando volvió mi padre le había contado cual había sido mi travesura. Y así comenzó, mi padre me hizo socia del Aero Club a los 12 años y comencé el curso cuando tenía 16 años. Para esto había que tener cuarenta horas de vuelo, pero yo a las 10 horas ya volaba sola y hacía acrobacia y hacia todo lo que me permitía hacer desde el aeródromo, que los días domingos se llenaba para hacer vuelos de bautismo, que todavía se acostumbra, porque se cobraba la entrada para el Aero Club y todos querían volar conmigo. ¿Qué coraje que tenían, porque era una nena de 16 años?”.


En año 1942 Irma formó parte de la cuadrilla aérea que integraban a 6 jóvenes mujeres aviadoras de todo el país, para la travesía de cruzar el Río de La Plata y llegar a la República Oriental del Uruguay en lo que se denominó “Misión de Buena Vecindad”.

“Para ese entonces vino al aeródromo un hombre de apellido Muratorio (?), militar no recuerdo con qué grado, que llegó para hacerles exámenes a otros pilotos. Lo cargoseé tanto, tanto para que me tomase una prueba”, relata Pintos del incidente de aquel entonces.

Y continuó explicando el momento para obtener el título de aviadora civil diciendo: “‘Pero no se puede, tiene que tener 18 años’, me decía y ya tenía 16, pero para conformarme habrá pensado que llevaba a esta pibita allá en el aire para darme un baile así no me cargoseara más. Me hizo hacer cada prueba, como se decía en términos de piloto aeronáutico, “metía bata’quin, bata’llán los timones”.

Cuando aterrizó pensó que no iba a obtener el título, era una adolecente. Por eso la llamaban “La Niña Aviadora” en los periódicos.

“No lo podía creer después de todo lo que me había ordenado hacer en vuelo, lloraba y me reía. Incluso luego con el señor que me llevó a volar por primera vez, con su señora venía siempre a casa compartíamos lindo momentos. Enseguida para celebrar mi papá mando a buscar asado para todos los que estaban. Y esa fue la historia”, concluyó.


Pero la historia no concluye nunca, el pasado de Irma está lleno de peronismo por su padre, don Hipólito Pintos, sindicalista de la carne, que llevó adelante la huelga en los años cuarenta en los frigoríficos del sur de la Argentina. Por eso recordaba un día antes de los setenta años del 17 de octubre de 1945. Irma sobrevoló los cielos de la región panfleteando a la gran marcha de los trabajadores por orden de su padre.

“Estuve con Perón muchas veces, más cuando mi papá estaba en Trabajo y Previsión cuando estaba en el Sindicato de Trabajadores de la Carne. Lo conocí a los 16 años cuando fuimos a devolver a seis aviadoras profesionales fuimos al Uruguay que vinieron a visitarnos”.

Luego de ese vuelo de regreso recibió un montón de agasajos, pero para Irma todo era un juego el de querer volar. “Lo hacía con mucha responsabilidad porque era algo que amaba”.

Pero al general Perón lo conoció en una cena el Hotel Alvear. “El salón comedor estaba en el primer piso y recuerdo que subimos las seis aviadoras todas acompañadas por militares. Yo estaba adelante, como quizás era la más chica me pusieron. De un brazo me llevaba Perón y del otro, Edelmiro Farren, que no lo conocía hasta ese momento, le decían “El Mono” por aquel entonces. Subíamos las escaleras y tenía unos espejos a los costados de las escaleras. En aquel momento Farren le dice a Perón que “fíjate que yo soy feo ¿no?, pero al lado de esta belleza lo soy más todavía”, recuerda con mucha gracia Pintos de aquella ocasión.

Es ahí que le pide a Perón un trabajo y comienza a trabajar en la Avenida Quintana de Buenos Aires donde se ubicaba la Dirección de Aeronáutica. Para esto debía estar a las seis de la mañana allá, viajaba en tren. Para ello debía ir hasta La Plata en ala viejas líneas 4 y número 5. “Tenía que salir de noche y en invierno. Además yo seguía en el Aero Club La Plata. En ese tiempo, tanto por mi papá con el sindicato y yo por mi trabajo estaba todo el tiempo con Evita y Perón”, acotó Pintos.


Pero Irma Pintos no le bastó volar aviones, quería también saltar desde los cielos en vuelo.

A los 17 años comenzó a practicar paracaidismo en San Justo, La Matanza con Suboficial Principal Vicente Bonvissuto. Como para hacer las prácticas estaba muy distante para la época pidió al Aero Club de La Plata la posibilidad de formar el Club de Paracaidismo de la región.

“Era un festival que me tiré, había tanta gente, yo recuerdo que más de treinta mil porque el camino Vergara que iba a Ensenada estaba todo lleno, un domingo y en esa época era muy llamativo que iba a saltar una chica, que hacía acrobacia como piloto porque así me conocían. El piloto instructor que iba conduciendo el avión, quiso hacerlo tan hermoso para que cayera a los pies de toda esa gente, pero dentro del campo donde estaba la pista. Calculó mal”, revive aquel momento Irma.

Cerca del antiguo Aero Club está la fábrica de sombrero de El Dique y estaba por caer adentro de las aguas de la curtiembre hirviendo.

“El piloto calculó mal la distancia, no pude acortar tanto. Pero con tanta buena suerte, me fracturé la base del peroné, el huesito más de oro. Todo el paracaídas cayó mal en ese “petróleo”, que luego tenía que saltar mi hermano y ya no pudo. Yo me distraje y justo caí sobre el borde y me doblé el pie donde tuve una fractura, no me importó el dolor, anduve así, me subí a la torre don control, hablé desde al palco a anunciar para que su inscribieran. Cuando llegué a mi casa, mi padre me tuvo que cortar la bota porque no me la podía sacar, y me dijo ‘hasta acá llegamos, ¡basta!’. Y así terminó mi carrera de paracaidismo”, recuerda su últimos instantes de volar sobre los cielos.


Uno siempre piensa qué lleva a personas a hacer tantas cosas en la vida que la hace inolvidable.

“La gente siempre me preguntaba si tenía miedo, pero para mí era una adrenalina muy grande lo que sentía, es tan hermoso, mucho más lindo que volar. Porque una vez abierto el paracaídas el viento va haciendo música entre las cuerdas para los oídos nuestros que amamos esto”, me explica esta mujer que hizo historia en la aviación argentina.

“Irma fue parte de esas proezas del hombre que quiso ganar los cielos, como hoy llegamos a verlos en algún documental por televisión y es mágica. Cuando que hay que referirse a un capítulo de la vida, recordamos el de Irma Soledad Pintos”, recordé que el doctor Urbañski explicó en la Sesión Especial del 16 de octubre. Y debe ser así, llenarán las páginas de la historias como la “Señora de los Cielos Berissenses”.

Fotografías: Álbum de Irma Pintos

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