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La Noche de los Lápices: Entre el mito y la realidad

El relato de «La Noche de los Lápices» se presenta como una verdad incuestionable en el ámbito educativo, pero múltiples investigaciones y declaraciones de los propios protagonistas sugieren una historia más compleja y controvertida.


El relato oficial de «La Noche de los Lápices» ha sido una parte central de la narrativa histórica en Argentina durante las últimas décadas, evocando el secuestro y desaparición de un grupo de estudiantes secundarios de La Plata en 1976.

Según la versión difundida en películas y libros, los estudiantes fueron víctimas de la represión militar por su activismo en pro de una rebaja del boleto estudiantil. Esta interpretación ha sido enseñada en las escuelas y conmemorada cada año, representando a los jóvenes como mártires que luchaban pacíficamente por un derecho social. Sin embargo, nuevas investigaciones, testimonios y análisis históricos, sugieren que el relato oficial es más complejo y que la verdad podría ser significativamente diferente.

El relato oficial: película y libro

El libro «La Noche de los Lápices», escrito por María Seoane y Héctor Ruíz Nuñez, y su posterior adaptación cinematográfica dirigida por Héctor Olivera, han cimentado una versión de los hechos en la que los estudiantes son presentados como jóvenes idealistas que luchaban por la reducción del precio del boleto estudiantil en plena dictadura militar. Esta versión plantea una historia de inocencia, en la que los jóvenes fueron secuestrados, torturados y desaparecidos por las fuerzas militares por su activismo social. No obstante, numerosos críticos, investigadores y periodistas han señalado que esta representación, aunque conmovedora, no refleja completamente la realidad.

Según la versión oficial, los estudiantes secuestrados fueron víctimas inocentes de una brutal represión, lo que impulsó a sectores de la sociedad a canonizar a las víctimas como emblemas de la resistencia frente a la dictadura. Sin embargo, testimonios de personas vinculadas a los protagonistas de los hechos han puesto en duda esa versión.

Las críticas al mito

Críticos como Nicolás Márquez y Agustín Laje Arrigoni han cuestionado la veracidad de la narrativa popular de La Noche de los Lápices. Ambos periodistas señalan que muchos de los jóvenes involucrados no eran solo activistas estudiantiles, sino que participaban en organizaciones revolucionarias vinculadas al terrorismo, como la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) y Montoneros. Esto les otorgaba un rol mucho más activo en la militancia política y en actividades de carácter subversivo, lejos de la imagen de simples defensores de un boleto estudiantil.

Por ejemplo, el periodista Nicolás Márquez señala en su artículo que Pablo Díaz, quien se presenta como el único sobreviviente de los hechos, no era un simple estudiante que luchaba por causas justas, sino un miembro activo de la Juventud Guevarista (JG), una organización estudiantil que servía de brazo político del ERP. Díaz, según Márquez, no era un estudiante más, sino un militante que participaba de actividades terroristas, lo que pone en duda la narrativa de su persecución por motivos puramente ideológicos relacionados con el boleto estudiantil.

Por su parte, Agustín Laje también subraya el carácter militante de los jóvenes secuestrados y pone en cuestión la versión que ha sido difundida en los ámbitos educativos. Cita, por ejemplo, declaraciones del ex-montonero Jorge Falcone, hermano de María Claudia Falcone, una de las estudiantes desaparecidas, quien asegura que su hermana no era una víctima inocente, sino una militante comprometida con la lucha armada. En sus palabras: “Mi hermana no era una Caperucita Roja a la que se tragó el lobo […] era una militante revolucionaria.”

El contexto histórico: subversión y represión

El período de la década de 1970 en Argentina fue un tiempo de gran convulsión política, donde múltiples organizaciones armadas, como Montoneros y el ERP, buscaban derrocar al gobierno mediante actos de terrorismo y violencia. Al mismo tiempo, el gobierno militar respondió con una brutal campaña de represión dirigida no solo contra los guerrilleros, sino también contra aquellos que, según sus informantes, apoyaban o simpatizaban con el movimiento subversivo.

En este contexto, los jóvenes desaparecidos en La Plata en 1976 no fueron detenidos simplemente por su participación en manifestaciones pacíficas por el boleto estudiantil. Según los críticos, muchos de ellos estaban involucrados en actividades revolucionarias, lo que habría motivado su detención por parte de las fuerzas de seguridad. Esta perspectiva ofrece un panorama más complejo que la narrativa popularizada por la película.

De acuerdo con Emilce Moler, otra de las sobrevivientes de los hechos, la lucha por el boleto estudiantil era solo una excusa, un objetivo secundario utilizado para reivindicar la militancia. Moler explicó que ella y sus compañeros no fueron detenidos por participar en las manifestaciones del boleto, sino por su vinculación con organizaciones políticas que tenían como objetivo la transformación radical del país a través de la violencia.

Testimonios clave: las contradicciones

Uno de los testimonios más reveladores sobre la verdadera naturaleza de los hechos es el de Jorge Falcone, quien reconoce la participación de su hermana en actividades subversivas. En una entrevista, Falcone afirma que en el departamento donde fue detenida su hermana María Claudia se guardaba un arsenal de armas perteneciente a la UES de La Plata, lo que sugiere que los estudiantes no eran simples activistas por el boleto, sino militantes comprometidos con la lucha armada.

Asimismo, en un artículo publicado por Página 12 en 1998, Emilce Moler también pone en duda la versión oficial, señalando que la lucha por el boleto no fue la razón de su detención, sino su militancia en una agrupación política. Ella misma confirma que había al menos cuatro sobrevivientes, contradiciendo la narrativa de que Pablo Díaz fue el único en sobrevivir al secuestro.

El papel de los medios y la propaganda

A lo largo de los años, la versión de «La Noche de los Lápices» ha sido sostenida y repetida a través de diversos medios, particularmente en el sistema educativo. La película de Héctor Olivera ha sido proyectada en innumerables ocasiones, y cada 16 de septiembre se conmemora en las escuelas argentinas el Día de los Derechos del Estudiante Secundario, consolidando la historia como una parte fundamental de la memoria colectiva.

Sin embargo, críticos como Martín Caparrós, ex-montonero y escritor exiliado en España, han señalado que la película de Olivera no es más que un «mamarracho», una versión simplificada y romantizada de los hechos. Caparrós sostiene que el relato de los jóvenes como víctimas angelicales no refleja la complejidad de la situación, y que muchos de ellos eran militantes activos que apoyaban la lucha armada.

La necesidad de un debate más amplio

La discusión sobre «La Noche de los Lápices» refleja un debate más amplio sobre la memoria histórica en Argentina. Si bien es indudable que los abusos de derechos humanos cometidos por la dictadura militar son condenables, también es necesario cuestionar las narrativas simplistas que se han impuesto sobre ciertos episodios históricos. La verdad de los hechos es compleja y muchas veces incómoda, y requiere un análisis más profundo que el que se ha ofrecido hasta ahora.

Es fundamental que las nuevas generaciones tengan acceso a una visión más equilibrada de la historia, que no se limite a una interpretación única, sino que incluya diversas perspectivas y testimonios. Solo de esta manera se podrá construir una memoria histórica más completa y auténtica, que permita entender los sucesos de la década de 1970 en toda su complejidad.

El mito de La Noche de los Lápices ha sido un relato poderoso que ha marcado a generaciones de argentinos, pero como toda historia oficial, debe ser objeto de escrutinio y análisis crítico. La verdad, como han demostrado los testimonios de muchos de los involucrados, es mucho más matizada de lo que la película y el libro nos han hecho creer.


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