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Molino Forclaz, testimonio vivo de la inmigración Suiza

Equidistante de las ciudades de San José y Colón, en el este entrerriano emerge como un gigante antiguo y sabio el Molino Forclaz; testimonio vivo de la tenacidad de los inmigrantes suizos que arribaron a mediados del Siglo XIX al país, postal ineludible para el turismo que arriba a la región y un elemento que resuena insoslayable en los relatos de cientos de historias familiares.

Enclavado en un predio de cinco hectáreas, ubicado a diez minutos del centro de Colón y de su hermana San José, el Molino Forclaz ha sido declarado Monumento Histórico Nacional en 1985 y Patrimonio Arquitectónico e Histórico de la Provincia de Entre Ríos desde 2003.

Es reconocido como un ícono del esfuerzo y el sacrificio que significó para aquellas familias que dejaron sus primeras patrias para sentar las piedras fundacionales sobre las que se forjaría un desarrollo humano, social, cultural, político y económico que se expandiría por todo el litoral argentino.

De allí la energía que emana el Molino Forclaz, que conmueve tanto a los visitantes que lo descubren, en medio del verde paisaje entrerriano, como a cientos de familias que llegan a él para reencontrarse con sus propios orígenes.

Un oficio que cruzó el océano

Proveniente del pueblo de Vex, en el suizo Cantón de Valais, la familia de Juan Forclaz y Margarita Pralong arribó al país en 1859 y se instaló en la naciente Colonia San José, que se había fundado dos años antes.

Los “valesanos” venían atravesando décadas de enorme dificultad económica y social, en una Europa sacudida por enfermedades, guerras e inundaciones. Del otro lado del Océano, las naciones americanas abrían sus puertas a las migraciones. El presidente argentino, Justo José de Urquiza, con la premisa vigente de “gobernar es poblar”, había contactado a agencias europeas que tentaran a colonos que quisieran venir a trabajar la tierra y desarrollarse. De esa manera, la Colonia San José se convirtió en 1857 en la primera colonia agrícola ganadera de la Provincia de Entre Ríos y en un bastión de singular importancia para la historia de las migraciones europeas del país.

La familia Forclaz decidió dedicarse a la molienda, oficio que traía desde Europa. En primer término, construyeron en 1860 un molino a malacate, totalmente en madera, con un recubrimiento exterior en ladrillo asentado en barro y una base para la cual se utilizó piedra mora. Entre 1888 y 1890, en el mismo predio levantaron un molino a viento con hierro y maderas de pinotea y quebracho; con una pared de un metro de espesor de piedra mora y una altura de tres metros en la base, que alcanza los 12 metros con paredes de ladrillo asentado y barro y cal. El techo de zinc rotaba para que las aspas buscaran el viento. Curiosamente, esta majestuosa construcción pocas veces cumplió su función, ya que esta región no se caracteriza por fuertes vientos.

El molino a malacate, en cambio, se convirtió en un centro económico de la región en los últimos años del Siglo XIX y los primeros del XX. Allí se molían los granos del resto de los colonos, que llegaban por el lugar y se instalaban hasta hacer la molienda; lo que convertía a las tierras de los Forclaz en un sitio integrador de la vida social de la zona. En el ir y venir de historias, los acordeones hacían sonar polcas y schotis, cimentando un intercambio cultural que forjaría con los años la diversa identidad nacional.

Juan Forclaz falleció en 1896, con apenas 43 años, aquejado por la enfermedad conocida como marasmo. El molino a viento dejó de funcionar en el año 1900. Tras la muerte de su marido, Margarita Pralong se abocó al trabajo familiar en el molino a malacate, que se sostuvo hasta su fallecimiento en 1940.

Un museo del presente

Hacia el año 1979, el gobierno de la Provincia de Entre Ríos compró el lugar para utilizarlo con fines turísticos y culturales. En ese camino, en 1985 se lo declaró Monumento Histórico Nacional. En 1987 nació la Asociación Amigos del Molino Forclaz, que se encarga de gestionar, cuidar y preservar el lugar. Si bien el predio es propiedad de la provincia de Entre Ríos, está en custodia de la Municipalidad de Colón.

En 1996 se repararon zonas que estaban deterioradas, con el respaldo y la supervisión de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos de la Nación. Luego se hicieron trabajos de mantenimiento de toda la estructura patrimonial, como los pisos que se realizaron al molino a viento para poder acceder y mantenerlos. También se han efectuado con los años, trabajos de restauración de las viejas maquinarias.

De 2015 a esta parte, el Museo del Molino Forclaz ha sido reconocido, además, por sus innovaciones en accesibilidad, con la incorporación de sillas de ruedas, rampas de acceso y descripción en braille en cada sala; estacionamientos para ascenso y descenso de personas con movilidad reducida, baños accesibles, mesas y bancos adaptados; e incluso proyección de vídeos subtitulados y una innovadora web accesible.

Un legado cultural que perdura

En las visitas guiadas teatralizadas que se realizan habitualmente por el Museo Forclaz, las historias de la familia se entraman con algunas anécdotas curiosas, que reflejan la vida social alrededor de la molienda.

Se cuenta la historia de Joujon, “Yuyón”, un asiduo visitante de la familia Forclaz, quien se subía al techo del molino a cantar en “patois”, un dialecto que arribó a estas tierras con los inmigrantes. Cuentan que su esposa le pedía a los gritos que bajase, porque se iba a caer; a lo que Margarita Pralong respondía, como desalentándola: “Pero déjelo mujer, hombres como ésos había muchos en la colonia”.

Otra anécdota hace mella en los económicos colchones rellenos de chala de maíz que eran destinados a muchos trabajadores. Recuerda una historia popular que cierto día un colono, devoto acérrimo de las fogatas de la fiesta de San Juan, no lograba hallar ramas ni pastos secos para iniciar el tradicional fuego, por lo que no tuvo mejor idea que tomar aquel saco de chala. La llamarada sorprendió al resto de la gente que se hallaba en el lugar. No tanto como al mismo colono, cuando advirtió que lo que las cenizas de la evocación religiosa correspondían al colchón que le estaba dispuesto para pasar la noche.

Y no sólo relatos ha dejado la colonia: el tiro al blanco, el canto en coro, bailes folklóricos, fiestas típicas y recetas tradicionales se han sostenido desde aquella época y han influenciado a la cultura nacional.

Desde 2006, la ciudad de Colón sostiene un hermanamiento cultural con la ciudad suiza de Sión, en el Cantón de Valais. Esto ha facilitado la realización de encuentros interculturales que reavivan permanentemente los lazos históricos que unen a estas comunidades.

En la actualidad, el Molino Forclaz es reconocido socialmente como un elemento central de la historia colectiva. Cada familia tiene un abuelo, un padre, un tío que iba a la casa de los Forclaz a moler los granos. Generación tras generación se transmiten las historias de las guitarreadas bajo el ombú. El legado cultural de este gigante, perdura y marca a fuego el presente de la región.

Créditos fotográficos:Secretaría de Turismo y Cultura
Municipalidad de Colón

 


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